Os transcribo comentario de texto elaborado a petición de
Carme Bonell dentro de la asignatura de Composición IV, en el quadrimestre de
otoño del curso universitario 1997-1998 de la etsav del Vallès. Asignatura, la
de Composición y la que justamente se corresponde por la dirigida por ella,
como una que salía de los esquemas que a mi entender eran esperables de una
carrera como la de Arquitectura pero que me sirvieron para tener un contexto
más amplio.
‘… nuestra vida, la
verdadera vida, la vida por fin descubierta y esclarecida, la única vida
realmente vivida…’
Marcel Proust
‘Y me daba cuenta de
que esto debía de ser la señal de su autenticidad. Yo no había ido a buscar las
dos losas desiguales del patio donde tropecé. Pero precisamente la manera fortuita,
inevitable, en que había vuelto a encontrar esta sensación, certificada la
verdad del pasado que resucitaba, de las imágenes que desencadenaba, puesto que
sentimos su esfuerzo por emerger hacia la luz, sentimos la alegría de la
realidad recobrada. Certifica también la verdad de todo el cuadro, hecho de
impresiones contemporáneas, que llevas tras sí con esa infalible proporción de
luz y de sombra, de relieve y de omisión, de recuerdo y de olvido que la
memoria o la observación conscientes ignorarán siempre.
En cuanto al libro
anterior de signos desconocidos (al parecer signos en relieve, que mi atención,
explorando mi inconsciente, iba a buscar, chocaba con ellos, los contorneaba,
como un buzo), para cuya lectura nadie podía ayudarme con regla alguna, esta
lectura consistía en un acto de creación en el que nadie puede sustituirnos ni
siquiera colaborar con nosotros. Por eso, ¡cuántos renuncian a escribirlo!
¡Cuántas tareas se asumen por renunciar a ésa! Cada acontecimiento, fuera el
asunto Dreyfus o fuera la guerra, proporcionó a los escritores otras disculpas
para no descifrar aquel libro; querían asegurar el triunfo del Derecho, rehacer
la unidad moral de la nación, no tenían tiempo de pensar en la literatura. Pero
no eran más que disculpas, porque no tenían, o no tenían ya, talento, es decir,
instinto. Pues el instinto dicto el deber y la inteligencia proporciona los
pretextos para eludirlo. Pero las excusas no figuran en el arte, pues en el
arte no cuentan las intenciones: el artista tiene que escuchar en todo momento
a su instinto, por lo que el arte es lo más real que existe, la escuela más
austera de la vida y el verdadero Juicio Final. Ese libro, el más penoso de
todos de descifrar, es también el único dictado por la realidad, el único cuya
‘impresión’ la ha hecho en nosotros la realidad misma. Cualquiera que sea la
idea dejada en nosotros por la vida, su figura material, huella de la impresión
que nos ha hecho, es también la prueba de su verdad necesaria. Las ideas
formadas por la inteligencia pura no tienen más que una verdad lógica, una
verdad posible, su elección es arbitraria. El libro de caracteres figurados, no
trazados por nosotros, es nuestro único libro. No porque las ideas que formamos
no puedan ser justas lógicamente, sino porque no sabemos si son verdaderas.
Solamente la impresión, por mísera que parezca su materia, por inconsciente que
sea su huella, es un criterio de verdad, y por eso sólo ella merece ser
aprehendida por la mente, pues sólo ella es capaz, si la mente sabe captar esa
verdad, de llevarla a una mayor perfección y de darle una pura alegría. La
impresión es para el escritor lo que la experimentación para el sabio, con la
diferencia de que en el sabio el trabajo de la inteligencia precede y el del
escritor viene después. Lo que no hemos tenido que descifrar, que dilucidar con
nuestro esfuerzo personal, lo que estaba claro antes de nosotros, no es
nuestro. Sólo viene de nosotros mismos lo que nosotros sacamos de la oscuridad
que está en nosotros y que los demás no conocen.’
Este fragmento pertenece a la obra A la recherche du Temps perdu de Marcel Proust, y más concretamente
a la última parte de esta: Le temps
retrouvé, del año 1927.
Marcel Proust nació y murió en la ciudad de París. Su vida
discurrió entre los años 1871 y 1922. De padre católico y de madre judía de
origen alsaciano, desde su nacimeinto fue evidente su débil salud: fue criado
bajo grandes cuidados. A partir de los nueve años de edad empezó a sufrir
crisis asmáticas por primavera, hecho que le marcaría profundamente el ritmo de
vida, aunque, por otro lado, esta enfermedad le permitió escapar del ‘reloj’,
descubriendo un tiempo precioso: la propia duración interior.
‘¿Seguiré hasta la
muerte llevando una vida que ni siquiera llevan los enfermos más graves,
privado de todo, de la luz del día, del aire, de todo trabajo, de todo goce, en
una palabra, de toda vida? ¿Cómo podría hallar un cambio?’
‘¿El principal rasgo
de mi carácter? La necesidad de ser amado.’
Su obra refleja el tiempo en el que le tocó vivir: crónica
de la vida y de las costumbres francesas entre los principios de la III
República, hacia el 1880, y la Primera Guerra Mundial, haciendo mención
especial de los escándalos de la época, como por ejemplo el afer Dreyfus.
Rememora la historia de la aristocracia (en plena decadencia) que se unirá a la
burguesía industrial (en pleno auge). Los personajes de la pequeña, mediana y
gran burguesía intentan penetrar en el mundo diferente de los aristócratas de
Guermantes: se observan, se juzgan y revelan sus debilidades y manías de la
mano del narrador, un personaje subtilmente construido por Proust para ser, al
mismo tiempo, el portavoz de sus propias experiencias.
Para crear este mundo suyo, Proust se había separado de
todo ‘sin pensar y sin disgusto’, con un raro ‘valor espiritual’. Sólo el
pensamiento de su obra lo sostuvo después que, muerta su madre, ‘perdió su
única finalidad, su única dulzura, su única dulzura, su única esperanza, su
único consuelo’. Con la muerte de su madre, Proust conoció la soledad, la separación
absoluta.
‘¿Cuál es el colmo
de la infelicidad para ti?’, a lo que Proust adolescente contestaba ‘Verme separado de la mamá’.
Aislamiento que se hizo todavía mayor al ver morir a su
secretario, Alfred Agostinelli, ‘el ser que más amó después de su madre’.
Carente ahora de todo respeto humano y de todo escrúpulo, Proust se hizo audaz,
clarividente y de una sinceridad casi cruel.
‘los verdaderos
libros no deben ser los hijos de la popularidad y de las discusiones de salón,
sino de la oscuridad y del silencio’
En este fragmento de Le
temps retrouvé, se muestra ya lo que es el hilo conductor de La Recherche du temps perdu: una
búsqueda de la verdad, verdad que nos vemos obligados a buscar de haberse
producido la violencia de un signo. La verdad no se encuentra por afinidad, ni
buena voluntad, sino que se manifiesta por signos involuntarios (‘manera
fortuita, inevitable, certificada la verdad del pasado que resucitaba’). La
verdad nunca es el producto de una buena voluntad previa, sino el resultado de una
violencia en el pensamiento: ‘de pronto el recuerdo surge’, es la memoria
involuntaria.
En el primer párrafo, se habla de ‘la verdad de todo el
cuadro, hecho de impresiones contemporáneas’:
‘Unos quince meses antes de morir, habiendo ido a visitar
la exposición holandesa al Jeu de Paume de las Tullerías, para contemplar la Vista de Delf de Vermeer, fue atacado por un repentino malestar
y le pareció que iba a morir. (…) Cuando recuperó el conocimiento, se apresuró
a anotar todas las sensaciones experimentadas y que después había de poner en
boca de Bergotte.’ (Bergotte es uno de los personajes de Le temps retrouvé, y representa al escritor admirado por el
narrador, punto de referencia artística, así como el músico Vinteuil y el
pintor Elstir).
La obra de Proust no está enfocada hacia el pasado y los
descubrimientos de la memoria, sino hacia el futuro y los progresos del
aprendizaje. No se trata de una exposición de la memoria involuntaria, sino de
la narración de un aprendizaje. La memoria interviene sólo como instrumento de
un aprendizaje que la supera tanto por sus fines como por sus principios.
Aprender es considerar una materia, un objeto, un ser, como si emitieran signos
por descifrar, por interpretar. La unidad de cada mundo estriba en que forman sistemas
de signos emitidos por personas, objetos, materias; no se descubre ninguna
verdad ni se aprende nada a no ser por desciframiento o interpretación. La
pluralidad de los mundos radica en que estos signos no son del mismo género, no
aparecen de la misma forma, no se dejan descifrar del mismo modo y no tienen
una relación idéntica con su sentido.
‘para cuya lectura (lectura del libro interior de
signos) nadie podía ayudarme con regla
alguna, esta lectura consistía en un acto de creación en el que nadie puede
sustituirnos ni siquiera colaborar con nosotros’
Ser sensible a los signos, considerar el mundo como objeto
que hay que descifrar, es un don.
La verdad no está en la realidad, la verdad está en
nosotros, la verdad no está fuera de nosotros sino dentro de nosotros.
La primera de nuestras creencias es atribuir al objeto los
signos de que es portador. Todo nos empuja a ello: percepción, pasión,
inteligencia, costumbre e incluso el amor propio. Cada signo tiene dos mitades:
‘designa’ un objeto y ‘significa’ algo distinto.
En las siguientes oraciones, se habla del instinto. Proust
influenciado por Henri Bergson, quien cree necesaria la orientación del
espíritu hacia lo absoluto mediante una intuición que supera cualquier análisis
y se convierte en una especie de simpatía intelectual, gracias a la cual
resulta posible la penetración en el interior del objeto con vistas a captar lo
que haya en él de esencial y permanente. Bergson influenciado a su vez por la
‘experiencia interna’ de Schopenhauer. Mientras la inteligencia sirve para la
ciencia, pero no para la vida; la intuición, sí sirve para la vida. Estoy
asimilando ‘instinto’ a ‘intuición’, creo que es correcto porque los dos
conceptos representan actos inmediatos, que no son fruto de un razonamiento, donde
no interviene la inteligencia entendida como suma de razonamientos.
‘Pues el instinto
dicta el deber y la inteligencia proporciona los pretextos para eludirlo, (…)
en el arte no cuentan las intenciones: el artista tiene que escuchar en todo
momento a su instinto, por lo que el arte es lo más real que existe, la escuela
más austera de la vida y el verdadero Juicio Final.’
Ataque continuo a las verdades de la inteligencia.
‘Las verdades que la
inteligencia capta directamente en el mundo de la plena luz tienen algo menos
hondo, menos necesario que aquéllas que la vida nos comunica a pesar nuestro en
una impresión, que es material por cuanto entra en nosotros por los sentidos
(…).’
El sentido material no es nada sin que encarne una esencia
ideal.
Retomando el punto en el que hablaba de la unidad de un
mundo y la pluralidad de mundos, los mundos en los que el protagonista de la Recherche participa directamente: el
mundo de la mundanidad, el mundo del amor y el mundo de las impresiones o de
las cualidades sensibles. Interviene ahora en el texto el concepto ‘impresión’.
Las cualidades sensibles o las impresiones, incluso bien
interpretadas, no son todavía en sí mismas signos suficientes, aunque no son
vacíos que nos proporcionan una exaltación artificial, como los signos mundanos
(placer instantáneo). Ni son tampoco signos engañosos que nos hacen sufrir,
como los signos del amor, y cuyo verdadero sentido nos prepara un dolor siempre
mayor. Son signos verídicos que de inmediato nos proporcionan gozo, signos plenos:
son signos materiales.
‘La impresión es
para el escritor lo que la experimentación para el sabio, con la diferencia de
que en el sabio el trabajo de la inteligencia precede y el del escritor viene
después’, en el
arte o en la literatura la inteligencia interviene ‘después’ y no antes. En
primer lugar, es necesario experimentar el efecto violento de un signo y que el
pensamiento se vea obligado a buscar el sentido del signo. Pensamiento que en
Proust aparece bajo varias formas: memoria, deseo, imaginación, inteligencia,
facultad de las esencias…
‘Las ideas formadas
por la inteligencia pura no tienen más que una verdad lógica, una verdad
posible, su elección es arbitraria’, permanecen gratuitas porque han nacido de la
inteligencia que sólo les confiere una posibilidad, y no un desafío o una
violencia que garantizaría su autenticidad. La verdad nunca es el producto de
una buena voluntad previa, sino el resultado de una violencia en el
pensamiento.
‘Lo que nos hemos
tenido que descifrar, que dilucidar con nuestro esfuerzo personal, lo que
estaba claro antes de nosotros, no es nuestro. Sólo viene de nosotros mismos lo
que nosotros sacamos de la oscuridad que está en nosotros y que los demás no
conocen.’
A la Recherche du
temps perdu es un
modelo de la felicidad posible cuando uno entiende que la vida ni es un lecho
de rosas ni tampoco un valle de lágrimas, sino una incógnita diferente para
cada uno de nosotros, que nos corresponde descifrar y que se convierte en la
verdadera dignidad que hemos de asumir dentro de nuestra condición humana.
¿Por qué un fragmento de A la recherche du Temps perdu de Marcel Proust?
Difícil elección, sobretodo entre las últimas lecturas de
textos de Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzche y el mismo Proust, porque en
todos ellos hay verdades, verdades aplicables a la vida o que hacen ver más
claramente lo que realmente ocurre en la vida, encontrar escrito algo, cosas
que, de alguna manera, ya tenemos implícitamente escritas en nuestro interior
pero que otros seres han sido capaces de poner por escrito, de comunicar a los
demás, de hacernos participar de sus pensamientos; fragmentos de proclamas que
intentar hacernos pensar, hacer que nos demos cuenta de verades que, aún
pudiendo tenerlas delante nuestro, demasiado cerca quizás, son estos
personajes, únicos seres con quién quizás a veces podemos contar para pensar en
las cosas con detenimiento, leyendo y pensando a la vez una pocas palabras
escritas, uniendo unas con las otras, sacando conclusiones y situándolas en un
contexto propio de nuestra vida.
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